Cuando pensamos en el Día de las Madres, solemos imaginar flores, frases dulces y un abrazo al final del día. Pero pocas veces miramos más allá del gesto para preguntarnos: ¿cuánto ha dejado atrás mamá para estar siempre presente?
Ser madre no es solo criar. Es renunciar.
Renunciar al descanso, al silencio, a sus propios sueños, y muchas veces, hasta a su identidad.
Desde el primer día, una madre comienza a vivir para otros… y muchas veces se olvida de vivir para sí misma.
No hablamos de esto lo suficiente. No celebramos lo invisible:
Las noches sin dormir por una fiebre.
Las comidas frías por alimentar primero a otros.
Las lágrimas solas en el baño, cuando ya no podía más.
El trabajo emocional de sostener a toda una familia cuando nadie la sostenía a ella.
Y ese sacrificio no termina cuando los hijos crecen.
Incluso cuando ya no vivimos con ella, su corazón sigue pendiente. Se pregunta si comimos, si estamos bien, si somos felices. A veces nos llama solo para escuchar nuestra voz.
“Una madre nunca deja de preocuparse, aunque sus hijos ya no estén bajo su techo.”
– Dra. Laura Gutman
Desde la psicología, esta entrega total tiene nombre: matrescencia, una transformación emocional y mental tan profunda como la adolescencia, pero muchas veces ignorada.
“Convertirse en madre es también perder una parte de ti para encontrarte en alguien más.”
– Dra. Alexandra Sacks
Pero en ese proceso de transformación también hay silencio. Muchas madres sienten culpa por no ser “perfectas”, por no tener paciencia siempre, por perderse en la rutina. Y sin embargo, lo que no dicen con palabras, lo gritan con actos de amor diarios.
Quizás de niños no lo entendimos. Tal vez nos molestaba cuando mamá nos pedía llegar temprano, cuando revisaba nuestras cosas, cuando insistía en que nos abrigáramos, o cuando no podía darnos lo que le pedíamos. En nuestra inmadurez, lo veíamos como exageración, regaño o falta de comprensión.
Pero hoy, desde la adultez, podemos mirar con otros ojos. Podemos reconocer que detrás de cada “no” había una preocupación auténtica. Que detrás de cada gesto había una historia: de cansancio, de soledad, de lucha personal… que nosotros no conocíamos.
Porque mamá también tuvo sus batallas. Tal vez lidiaba con una relación difícil, con problemas económicos, con enfermedades, con inseguridades, o con una vida que no era la que soñó. Y aun así, se mantuvo de pie, como pudo, con lo que tenía. Siempre haciendo espacio para nosotros en su corazón.
Tal vez ahora entendemos que no fue perfecta, pero fue valiente.
No siempre supo cómo actuar, pero estuvo. No siempre acertó, pero jamás se rindió.
Y eso ya es motivo suficiente para honrarla.
Si tu madre aún vive, regálale hoy más que flores: regálale comprensión. Pregúntale cómo se siente, qué necesitó en aquellos años, y si alguna vez se sintió sola. Ámala no solo por lo que hizo por ti, sino por todo lo que tuvo que callar para hacerlo.
Y si ya no está… honra su memoria comprendiendo que madre no es quien lo hace todo bien, sino quien lo da todo, incluso cuando ya no puede más.
“Una madre no es un ser perfecto, sino una mujer real que aprendió a amar sin medidas y a dar sin condiciones.” – Anónimo
Y así como una madre nunca deja de serlo…
Que nosotros nunca dejemos de agradecerle.