Reflexión de la vida: La paradoja del inmigrante que cierra la puerta detrás de sí

“Yo no recibí ayuda, ¿por qué ellos sí?” – La dura verdad detrás de esta frase en nuestras comunidades hispanas en EEUU.

“Quien más sufrió para avanzar, a veces es quien más se molesta de ver a otros avanzar con ayuda.”

En muchos rincones de Estados Unidos, especialmente en comunidades hispanas, se repite una escena desconcertante: inmigrantes que en el pasado lucharon con sudor, lágrimas y soledad para establecerse en este país… hoy miran con desdén o rechazo a quienes apenas comienzan su propio viaje migratorio.

¿Por qué ocurre esto? ¿Cómo es posible que alguien que conoce el dolor del exilio, el miedo al rechazo, la nostalgia del hogar y el peso del idioma, no sienta empatía por el que llega?

Psicología del resentimiento silencioso

Desde el punto de vista psicológico, esto puede explicarse como un mecanismo de defensa emocional. Muchas de estas personas han vivido situaciones tan duras —trabajos humillantes, discriminación, falta de apoyo— que terminan desarrollando una especie de orgullo doloroso: “Si yo pude solo, que los demás también lo hagan.”

Es una manera de justificar su sufrimiento, de no sentir que fue en vano. Ver que otros reciben ayudas que ellos no tuvieron (permiso laboral, refugio, alimento) puede provocar resentimiento, no por maldad, sino por una herida no sanada. Porque en el fondo, todavía duele.

“A veces, quien más sufrió en el camino, es quien más teme que otros lo recorran… y lleguen más lejos.”

¿Es egoísmo, envidia o miedo?

Podríamos llamarlo envidia, pero es más complejo que eso. Es una mezcla de miedo a quedar atrás, temor a que otros prosperen más rápido, y dolor por no haber tenido las mismas oportunidades.

En algunos casos, también aparece el egoísmo camuflado de mérito propio: creer que “nadie me dio nada, todo me lo gané”, sin reconocer que todos necesitamos una mano alguna vez, aunque no la hayamos recibido.

La respuesta puede ser: todo al mismo tiempo. Estas actitudes están enraizadas en emociones muy humanas:

  • Egoísmo: por no querer compartir lo que se ha conseguido con tanto esfuerzo.
  • Envidia: porque alguien más recibe facilidades que uno no tuvo.
  • Miedo: a perder beneficios, ser reemplazado o quedar atrás.

Y este miedo también se alimenta del sistema. Políticos, medios y redes sociales siembran ideas como: “nos van a quitar el trabajo”, “habrá menos ayudas”, “habrá más competencia”.

También existe la creencia errónea de que los recursos son escasos, y que si alguien más recibe, yo pierdo. Y, sin darnos cuenta, repetimos esa lógica como si el bienestar fuera escaso, como si no hubiera suficiente para todos.

Pero esto es falso. La ayuda social, el progreso y la compasión no se agotan, se multiplican cuando se comparten.

“Quien más sufrió para avanzar, a veces es quien más se molesta de ver a otros avanzar con ayuda.”

Espiritualmente, ¿qué nos enseña esto?

Desde una perspectiva espiritual, esta actitud refleja una falta de compasión y un desconocimiento del verdadero propósito del sufrimiento. El dolor que vivimos no debería hacernos más duros, sino más humanos. Jesús mismo, después de ser tentado y humillado, no condenó a los pecadores… los abrazó.

El propósito de superar pruebas no es cerrarle el paso al que viene detrás, sino allanar el camino para que otros no tropiecen igual.

El Evangelio nos recuerda:

“De gracia recibisteis, dad de gracia.” — Mateo 10:8

Y en Proverbios 14:31 se nos exhorta:

“El que oprime al pobre afrenta a su Hacedor; mas el que tiene misericordia del necesitado, lo honra.”

Una historia que ilustra esta paradoja

Un hombre que había cruzado la frontera a pie, solo, sin documentos ni recursos, años después logró establecerse. Compró casa, trajo a su familia, y consiguió su ciudadanía. Pero cuando su vecino, recién llegado de su país, pidió ayuda para inscribir a sus hijos en la escuela, él solo dijo: “Yo no tuve a nadie que me ayudara. Que se las arreglen como yo lo hice.”

Sin saberlo, no solo negó una ayuda, sino que también negó una parte de su propia sanación. Porque ayudar no es solo un acto de bondad hacia el otro, sino también una forma de liberarse de aquello que alguna vez nos dolió.

Perspectiva espiritual: ¿Qué haría Jesús?

Jesús no vino a exigirle más al que ya sufría, ni a castigar al que recibía ayuda. Él vino a servir, sanar, levantar. Y nos dejó una enseñanza poderosa en Mateo 25:35-40:

“Porque tuve hambre, y me disteis de comer; tuve sed, y me disteis de beber; fui forastero, y me recogisteis;
estuve desnudo, y me cubristeis; enfermo, y me visitasteis; en la cárcel, y vinisteis a mí.”

Entonces los justos le responderán diciendo: Señor, ¿cuándo te vimos hambriento, y te sustentamos, o sediento, y te dimos de beber?
¿Y cuándo te vimos forastero, y te recogimos, o desnudo, y te cubrimos?
¿O cuándo te vimos enfermo, o en la cárcel, y vinimos a ti?

Y respondiendo el Rey, les dirá: “De cierto os digo que en cuanto lo hicisteis a uno de estos mis hermanos más pequeños, a mí lo hicisteis.” — Mateo 25:35-40, RVR1960

Esta enseñanza nos recuerda que no somos llamados a juzgar cuánto ayuda recibió el otro, sino a preguntarnos cuánta ayuda estamos dispuestos a dar.

Moraleja:

El sufrimiento no nos autoriza a endurecer el corazón. Más bien, nos invita a ser canales de gracia, para que lo que un día faltó en nuestra vida, hoy pueda sobrar en la vida de alguien más.

No cerremos la puerta por donde entramos. Mejor dejémosla entreabierta… que quizás alguien, más cansado que nosotros, necesita pasar.

Reflexión final: Que el dolor pasado no nos robe la compasión presente

El sufrimiento que vivimos no debe convertirnos en jueces, sino en constructores de puentes. Si no recibimos ayuda, eso no significa que los demás no deban recibirla. Al contrario: eso nos hace más conscientes de cuánto bien puede hacer un simple gesto de apoyo.

Cuando alguien no recibió ayuda en su momento, puede reaccionar de dos formas:

  • endureciendo el corazón,
  • o transformando su dolor en compasión para que otros no sufran igual.

Lo primero perpetúa el ciclo del sufrimiento. Lo segundo rompe la cadena y genera una nueva cultura de apoyo, de comunidad, de misericordia.

Nadie pierde porque otro reciba. Al contrario: el bien compartido se multiplica.

Como dijo el escritor Henry Nouwen:

“Aquellos que han sufrido profundamente son también quienes pueden ser más compasivos… si eligen el camino de la sanación.”

Que nuestro dolor no se convierta en dureza, sino en compasión.

“Lo que un día me faltó, hoy puedo dárselo a alguien más. Y en ese acto, también me sano a mí mismo.”

Entonces, ¿de qué lado elegiremos estar? ¿Del que repite el sufrimiento, o del que lo transforma en esperanza para otros?

Te recomendamos leer tambien:

Reflexiones de la Vida: Relaciones y Empatía — Más Allá de Ponerse en los Zapatos del Otro

Reflexiones de la Vida: Resiliencia – El Arte de Caer y Volver a Empezar con el Alma en Pie

20 Frases de agradecimiento que nacen del alma: una reflexión para tiempos difíciles

 

 

 

 

Deja un comentario